Tierralta, pueblo de Córdoba, más o menos a una hora de Montería. Por momentos fue zona roja, donde se veía mucha delincuencia, muchas bandas y hasta paramilitares, pero las cosas ahora ya están mucho mejor . Allí, Nicolasa Hernández Esmith, madre de Miguel Borja, describe a su hijo como un ser decidido a luchar por lo que quiere, pues no en vano se arriesgó a viajar a distintas ciudades del país buscando una oportunidad. Miguel Ángel, , es el menor de sus 8 hermanos, 6 varones y una mujer.
Doña Nico es una mujer que ha vivido de la venta de fritos, actividad que seguirá haciendo con honor, pues dice que ella es la misma pese a la explosión de fama que se ha ganado su familia por el desempeño deportivo de su hijo menor. Su padre José María se dedica a la venta de Lotería y disfruta cada triunfo que tiene Miguel.
«Mi hijo desde pequeño me decía que iba a sacar adelante a la familia, pese a que tuvo muchas dificultades nunca se echó para atrás y hoy me siento feliz porque ese era su anhelo, jugar fútbol», relata Nicolasa, quien añade que todos los días recibe una llamada de su hijo.
La vigilia se repetía cuando llovía en Tierralta (Córdoba). “Caían muchas goteras, había que poner baldes hasta en las camas para que no se inundara la casa. Pasamos momentos muy difíciles. Si había para el desayuno no había para el almuerzo y si almorzábamos, se embolataba la cena. El hambre fue que me llevó a superarme. Les hacía mandados y les limpiaba los patios a los vecinos para ganarme un ‘centro’ (plata) para ir al colegio. Eso nunca se olvida. Mi mamá vendía empanadas pero en ocasiones no había nada en la casa, entonces, tocaba preparar la carne que era para las empanadas y dejar de vender ese día”, recordó Miguel Ángel Borja.
«Miguel siempre fue obsesionado por el fútbol, lloraba cuando perdía la Selección Colombia, una derrota del tricolor lo ponía de malas», dice Jonatan González, uno de sus compañeros de juego. En sus años en Tierralta sus amigos lo llamaban ‘el Zorrita’, en honor al Zorra Guerra, un habilidoso jugador del tradicional equipo Unión Escolar, célebre en los campeonatos municipales y del que también hizo parte Borja.
En su adolescencia, Miguel era hincha del Junior de Barranquilla, y por su buen rendimiento en el fútbol hacía parte de cualquier campeonato municipal, donde siempre lograba llegar a la final.
El profesor Aider Triana Pérez, vecino y rector de la Institución Educativa Benicio Agudelo, donde estudió el futbolista, recuerda a Miguel Borja como un niño que despertó su interés por el fútbol recogiendo los balones de los partidos que se disputaban en la cancha La Bonga. Aquel niño de unos 7 años, mientras transcurría el partido —dice Triana— se ponía a patear los balones, ese era su pasatiempo favorito; al pasar los años, con su destreza en el juego comenzó a llamar la atención de muchos en el municipio, pues cada tarde como es tradición en esta cancha, los jóvenes se reúnen allí a practicar deporte.
Por sus necesidades económica, Miguel dejó de estudiar en la jornada diurna y empezó en la nocturna, durante el día trabajaba en una ferretería llevando material en una carreta y en las noches estudiaba, pero debido a sus oportunidades en el fútbol hizo lo mismo que muchos futbolistas en este país: dejar el estudio para más tarde. Miguel Borja llegó a noveno de bachillerato.
«Mi papá decía que parecíamos unos ‘güevones’, disculpe la expresión, corriendo detrás de un balón. Y ahora que yo soy uno de esos (‘güevones’) él se cree técnico, pero lo entiendo y sé que esto es una felicidad para él. Le doy gracias a Dios porque él está feliz», expresó.
El entrenador Lorenzo Manuel Ramírez, director de la Fundación Deportiva Pony Gol, recuerda como el primer día sus recorridos con Miguel buscando una oportunidad: «Migue estuvo registrado aquí, en la Liga de Fútbol de categorías inferiores, de allí pasó a Medellín al equipo Envigado, allá continuó su proceso, pero debido a problemas con el patrocinio no pudo seguir y fue devuelto a Pony Gol», dijo el entrenador.
Tiempo más tarde integró la Selección Córdoba, junto a los también tierraltenses Alex Acosta y Moisés Bravo. En ese equipo los jóvenes hicieron varios recorridos por el país, allí hizo escuela, pero su camino apenas comenzaba, es así como el profesor Lorenzo Ramírez consiguió un patrocinador que brindó algunos recursos para mostrar al muchacho en Medellín.
«Fuimos donde Leonel Álvarez, en un principio nos dieron esperanzas, pero al final dijeron que no podían admitir a Miguel Ángel, luego en el Atlético Nacional, también la respuesta fue similar, que muy bueno el muchacho, pero que ahora los jugadores estaban completos. Casi sin plata decidimos regresar a Tierralta, cuando íbamos a tomar el bus, nos llamó Eugenio Garcés, un muchacho del barrio Escolar de Tierralta, vecino y amigo de Miguel que tenía familiares en el Valle del Cauca y dijo que quería presentar a Miguel en Cali», recuerda Lorenzo Manuel Ramírez.
Eugenio ‘Geño’ Garcés, confiaba que en esa tierra que había visto jugar a astros como Freddy Rincón y el Pibe Valderrama, seguro tendría —por qué no— un lugar para un talento tierraltense. «Entonces decidimos tomar un bus para continuar el viaje hacia Cali, donde se le abrieron muchas puertas en el América de Cali, Deportivo Cali y el Cortuluá», afirma el entrenador.
Sin embargo, esto no fue fácil, Miguel tenía que trabajar para conseguir los viáticos y asistir a los entrenamientos, en Cali también laboró en una ferretería. Su amigo ‘Geño’, quien también era un muchacho pobre, lo ayudaba con el hospedaje y la alimentación. «Ese pelao, Geño, fue un gran apoyo para Miguel en ese tiempo», dijo el profesor Aider Triana Pérez.
Fuente: As Colombia, El meridiano, El país