Fue uno de los toros más famosos que se han jugado en las corralejas. Su fama está basada, más que todo, en su criminalidad y en la facilidad con que alcanzaba a las personas de arriba de los palcos de la corraleja.
Una vez que hacía su entrada a la plaza empezaba a recorrerla en un trote muy particular, se dice que lo hacía como especie de rastreo para ver que personas se habían enganchado mal en la valla y poder cogerles.
El Barraquete era un toro criollo, de pelambre negra, que sabía valerse muy bien de sus dos cuernos así como de sus cuatro patas ya que también hacía uso de ellas para matar. Era como tener cuatro cuernos más.
Este toro cometió una serie de actos criminales durante el período que se mantuvo en las corralejas, de los cuales se desprende la razón para tomarle como el toro más asesino y despiadado que ha pisado las plazas.
El acto más cruel que cometió El Barraquete en su carrera de muerte, lo hizo en una plaza de Cereté. Esa tarde mató a un muchacho imprudente que quiso alcanzar uno de los billetes que los ganaderos les tiran a sus toros para que éstos tengan mayor oportunidad de cogerles o de matar. El muchacho tenía una edad entre los 16 y 17 años, el cual casi nadie lo conocía.
El muchacho recibió una horripilante cornada en la parte baja de sus costillas falsas, que le produjo la muerte instantánea. La cornada le destrozó el hígado y los intestinos.
Una vez que el toro le mató, su cadáver fue llevado al anfiteatro del hospital local a esperar que lo reclamaran, pasaron tres días y nadie lo reclamó. Al cuarto día cuando se le iba a dar sepultura, apareció su padre, un señor de apellido Cuello quien resultó ser una persona adinerada y que andaba en busca de su hijo pródigo.
El propietario del toro, Miguel Soto, dueño de la hacienda «Cuba Libre», se lo dejó como herencia a su hijo Rafael Soto, quien a su vez se lo obsequió o vendió a don Alejandro Saibis Sossa para que le sacara cría. Así ocurrió, el rico ganadero logró que le diera seis toretes con las mismas características físicas del padre; color, tamaño, y unas cornamentas por el mismo estilo, pero no tenían la bravura ni la malignidad del viejo reproductor.