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En Valledupar consideraron que Alfredo Gutiérrez no sabía tocar vallenato y hasta le tiraron piedras

 

Alfredo Gutiérrez es el único acordeonero en la historia de los Festivales de la Leyenda Vallenata realizados hasta ahora que ha logrado la proeza de salir triunfante en tres ocasiones en la categoría profesional: 1974, 1978 y 1986.

“No fue una tarea nada fácil para la primera corona –recuerda-. Además de los contrincantes, que eran diestros y cadenciosos, me tocó enfrentarme a una oscura campaña que buscaba derrotarme a como diera lugar. Incluso, cambiaron el horario de mi participación a espaldas mías, a fin de que no llegara a tiempo a la tarima y fuera descalificado. Pero en verdad, ese año ni el más bravo de los acordeoneros ni un huracán podían impedir que yo me quedara con el triunfo”.

“Antes de ganar la primera corona yo había participado en el segundo Festival Vallenato, en 1969. Llegué pleno de entusiasmo e ilusiones, pero se presentó una serie de inconvenientes extramusicales que me obligaron a retirarme de la competencia, en plena tarima. Desde el principio no le caí en gracia a Consuelo Araújonoguera, alma corazón y vida del Festival. Ella siempre afirmaba, de manera despectiva, que lo que yo tocaba era música sabanera, que yo no sabía interpretar el vallenato. Y a partir de ahí hubo una predisposición en contra mía. Intuí que de nada serviría seguir en el concurso. Al final, en medio del inconformismo general del pueblo, ‘Colacho’ Mendoza fue proclamado Rey».

A la séptima edición del Festival de la Leyenda Vallenata, en 1974, Alfredo Gutiérrez se presentó con el propósito de competir por segunda vez. Llegó con el estado de ánimo renovado y la misma alegría de aquel 1969, en su debut cuando decidió retirarse en plena actuación.

Había estado ausente en las últimas cuatro citas del magno evento de acordeones, pero su expectación no había decrecido. Ambicionaba incluir su nombre en la selecta lista de los monarcas. Lista que encabezaba Alejo Durán y seguían, en orden cronológico, ‘Colacho’ Mendoza, Calixto Ochoa, Alberto Pacheco, Miguel López y Luis Enrique Martínez.

Por segunda vez en la historia, el concurso se había aplazado. No se realizó en los días finales de abril, como era tradición, sino del 16 al 19 de mayo. Esto aconteció como consecuencia de los desórdenes que surgieron tras los escrutinios de las elecciones presidenciales, en las que, finalmente, saldría ganador el  liberal Alfonso López Michelsen sobre el conservador Álvaro Gómez Hurtado.

La primera ocasión en que fue aplazado el Festival de la Leyenda Vallenata ocurrió por razones similares. Fue en 1970. La jornada electoral del 19 de abril de ese año, que había desatado disturbios de orden público por el polémico triunfo del conservador Misael Pastrana Borrero ante el general Gustavo Rojas Pinilla, hizo prorrogar por más de un mes el evento, que pudo efectuarse a mediados de junio.

Para afrontar la justa del 74, Alfredo se preparó con ahínco y rigor en el corazón del Cesar; consultó a los conocedores de la puya, el son, el paseo y el merengue, y practicó durante varias semanas hasta alcanzar el camino que lo condujo a un nivel de excelsitud y de dominio íntegro de los ritmos que configuran el vallenato. Fue en el municipio de La Paz, ese pedazo de tierra, cuna de su extinto padre, donde decidió qué músicos lo iban a secundar en el desafío cumbre. Serían Virgilio Barrera –quien ya había tenido un inicio brillante con Los Corraleros de Majagual en la primera mitad de los años sesenta- y Pablo López, cajero del aclamado grupo Los Hermanos López.

Pablo tenía experiencia en ese tipo de competencias. Había acompañado, en 1972, a su hermano Miguel, cuando este se coronó Rey Vallenato, derrotando en la final a Andrés Landero y a Julio De la Ossa.

Alfredo era un serio favorito para adjudicarse el codiciado cetro. Su talento y su depurada técnica en el manejo del acordeón se hicieron evidentes en su desenvolvimiento en las eliminatorias. No tuvo obstáculo alguno para clasificar a la finalísima, aunque un reducido sector del público, incitado por sus detractores, se dedicó a abuchear sus presentaciones. El argumento principal de estos era que Alfredo no interpretaba el verdadero vallenato.

En la jornada de clausura, en la Plaza Alfonso López, la resistencia de los opositores se acentuó. Lanzaron a la tarima objetos de diferentes especies, y recibieron con insultos el anuncio de la actuación del artista.

El cajero Pablo López y el guacharaquero Virgilio Barrera se turbaron ante el aluvión, y le dijeron a su líder que, en esas circunstancias, ellos no ingresarían a la escena.

Se hizo el segundo llamado y Alfredo no aparecía. En la tarima seguían cayendo piedras, latas y botellas. El acordeonista les imploró a sus compañeros que lo secundaran, que nada malo, ¡con el favor de Dios!, les sucedería. Pero López y Barrera no se decidían. Alfredo, entre tanto, corría el riesgo de ser descalificado por no responder a la convocatoria.

Al tercer y definitivo llamado del anunciador oficial, el hombre se presentó solo ante el airado público, que había sido movilizado unos metros atrás por la fuerza militar. Sin ningún preámbulo abrió su accionar con el paseo ‘La loma’, de Samuel Martínez.

La digitación de sus notas fue limpia, armoniosa. Con los pitos y bajos desgranó de manera admirable el paseo, ese ritmo de conformación alegre y dejos románticos. Mientras cantaba, los guijarros y envases de lata, de vidrio y plástico, pasaban cerca de él. Pero el hombre se mantenía firme, resuelto y con la fe de que su integridad física no sería lesionada.

La muestra de valentía, unida a su calidad profesional, provocaron que la actitud beligerante se transformara en aplausos, al tanto que un coro de mil voces, al fondo de la plaza, gritaba cada vez más fuerte su nombre: ¡Alfredo, Alfredo, Alfredo, Alfredo!

En medio de las exclamaciones a viva voz, cuando la interpretación iba apenas por la mitad, aparecieron impulsados por la emoción el guacharaquero y el cajero para redondear la faena inolvidable del Rebelde del Acordeón.

Lo que vino a continuación fue un trabajo de carpintería por parte de Alfredo. Rescató y acomodó a su estilo un viejo son titulado ‘La muchachita’, que le había fascinado por sus compases en su época de niño, en Paloquemao. El son fue escrito y grabado por Alejandro Duran, en 1953, en Discos Curro de Cartagena. Lo anecdótico de todo era que el ‘Rey negro’ no recordaba haber publicado ese tema. Alfredo prácticamente lo ‘desempolvo’ y  lo impuso de nuevo, cosa que explotó el cantante Jorge Oñate, quien al año siguiente lo grabó, en ritmo de paseo, con Los Hermanos López, adelantándosele, de esa manera, a Gutiérrez, pues este tenía la misma intención.

En la finalísima, Alfredo se anotó importantes puntos con el son, por el mantenimiento del ‘tempo lento’. Diría más tarde que ese fue el aire más complicado en la ejecución, puesto que sus notas son más alargadas y definidas.

En el merengue, ese ritmo intermedio del vallenato que es un poco más rápido que el paseo y un poco más lento que la puya, Alfredo impuso su compás más largo. ‘Compadre Tomás’, de Rafael Escalona, lo consagró como el merenguero ideal del Festival del 74.

En la puya, la maniobra de Alfredo fue la más llamativa de todo el Festival. Inicio la era de las puyas rápidas, al imprimirle una velocidad mayor a la acostumbrada por los concursantes de la época. Presentó un número de su propia autoría que estaba incluido en su último trabajo musical: ‘Puya rebelde’.

Los detractores de Alfredo quedaron sin argumentos. Esa noche nadie lograría impedir su llegada a la cumbre del Festival. La demostración del sabanero había redefinido el vallenato en música y estilo. Se impuso sin atenuantes sobre sus adversarios más cercanos: Náfer Duran y Julio De la Ossa, y solo restaba que se oficializara su inobjetable triunfo como Rey Vallenato del 74. El veredicto no demoró en ser entregado por los cinco integrantes del jurado calificador: el Rey Alberto Pacheco y sus colegas cantautores Pedro García Díaz, Hugues Martínez, Armando Zabaleta y Camilo Namen Rapalino.

Escenas de júbilo, en medio del ondear de pañuelos y sombreros lanzados al aire, se observaron a lo largo de la plaza cuando se leyó el acta de los jurados: tercer puesto, Julio De la Ossa; segundo puesto, Náfer Durán; Rey Vallenato 1974, Alfredo Gutiérrez…

El nuevo soberano bajó del templete en hombros de sus innumerables seguidores que proclamaban a todo pulmón su victoria. Había alcanzado la más alta cúspide de la música vallenata.

Años más tarde, ‘La Cacica’ diría que ella jamás había perseguido a Gutiérrez ni mucho menos había presionado para que saliera derrotado en el Festival Vallenato.

“Para mí, Gutiérrez es un músico versátil y muy bueno. Fue uno de los pioneros en la internacionalización de la música de acordeón de Colombia, y eso es importante, pero en la ejecución del vallenato hay mejores que él. Jamás he sido su amiga ni nunca lo seré, por la sencilla razón de que él fue irrespetuoso conmigo, y eso lo saben todos. Él ha pregonado siempre que las veces que ganó en el Festival, fue a pesar de mis influencias. Y cuando perdió, fue porque yo metí la mano. En verdad, yo no entiendo su posición”, expreso ‘La Cacica’.

En cuanto al concurso, Alfredo Gutiérrez considera que “deben exigirle al acordeonero que toque, cante y componga y lo que toque en la tarima que sea de él, también acabar con tantas canciones repetidas en el concurso”.

Con su acostumbrada sinceridad para decir las cosas, Alfredo asegura que “en discos no hay música vallenata, para escuchar un vallenato hay que acudir a los clásicos. Lo que hay ahora es música tocada con acordeón”.

POR: FAUSTO PÉREZ VILLARREAL

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