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Así nació «Fiesta en Corraleja», el himno de Sincelejo

 

Un día como hoy, un 6 de mayo de 1946, nació Rubén Darío Salcedo, el compositor del himno de las fiestas de Sincelejo. Como homenaje a esta importante, recordemos como nació «Fiesta en Corraleja».

Una mañana de los primeros días de 1963, Rubén Darío Salcedo caminó hasta el lugar donde campesinos armaban la corraleja en Sincelejo. Ver hacer los amarres con bejucos a esos obreros que tomaban ñeque (ron artesanal) y cantaban vaquerías, lo inspiró. Se imaginó los palcos llenos de personas que año tras año participaban de las tradicionales festividades y se marchó a su casa en busca de la guitarra para darle vida a Fiesta en corraleja, porro que por estos días es himno en la capital de Sucre.

«Ya viene el 20 de enero/ la fiesta de Sincelejo/ los palcos engalanados/ la gente espera el ganado/ esta sí es la fiesta buena/ la fiesta en corraleja».

Nadie le puso bolas al tema que se escuchó, inicialmente, en festivales pueblerinos de la sabana, salvo algunos ricos de la región, pero para que nombrara al afamado ganadero Arturo Cumplido.

En esos días, Rubén Darío se fue a vivir cuatro años a la finca El Ceibal, de su padre, Esteban, en El Yeso, corregimiento de Morroa (Sucre), donde había un caballo viejo y blanco que, como a su progenitor, incluyó en la letra, cuatro meses después de su inspiración inicial:

«Allá va Esteban Salcedo/con su caballo piquetero».

El caballo no era tan piquetero como dice la canción, más bien era un animal común y corriente en el que Esteban Salcedo López se desplazaba a la finca, herencia inmensa de los abuelos, en sus idas y venidas entre la estancia y el pueblo de Morroa.

El verso era el mejor homenaje a su padre, un hombre humilde, verseador de décimas que vendía las hamacas y los sombreros que su mujer, Juana Ruiz, una india farota, tejía en el telar casero para ayudar a los ingresos de la familia. Y Esteban Salcedo, en el porro de Los Corraleros de Majagual, dejó de ser aquel hombre humilde que iba en su caballo cansón, para viajar por el mundo en su “caballo piquetero” y bien aperado que se codeó desde entonces con los mejores jinetes de las fiestas del 20 de Enero de Sincelejo. El homenaje fue tan grande, que Esteban Salcedo está desde entonces a la altura de Juan Perna Maceo, Arturo Cumplido Sierra, Arturo García, entre otros célebres personajes de la vida real y de la musicología sabanera.

Tiempo después, en 1969 en Sincelejo, cuando le ofreció la composición a Alfredo Gutiérrez, futuro campeón mundial del acordeón, le pidió que se la cantara.

-Mira, ‘Boca’e moyo’ -le dijo Gutiérrez, cuando este terminó-: eso se escucha mejor si la cantas tú. Vamos a grabarla y yo te acompaño con el acordeón.

Así se hizo en los estudios del ‘Capitán’ Molina, en Barranquilla (debido a una huelga en Medellín), bajo el sello Codiscos y con la agrupación de Alfredo Gutiérrez y los Caporales del Magdalena. De inmediato fue un éxito nacional. «Por dos años ocupó el primer lugar en Colombia», sostiene Fausto Pérez Villarreal, autor de Alfredo Gutiérrez, la leyenda viva.

Codiscos recibió el Disco de Oro por ventas y con el dinero obtenido hice esta casa -dice Salcedo, sentado en un taburete, en el patio de su residencia de tres habitaciones, ubicada a 53 pasos de la Plaza Majagual (antigua sede de las corralejas)-. Y sabe una cosa: un hijo mío conoce como 110 versiones del tema en cuatro idiomas. Me gustan la de Billo’s Caracas, Hansel y Raúl, Moisés Angulo y una de Antonio Arnedo, en jazz.

Músico desde niño

Rubén Darío nació el 6 de mayo de 1946, pero no en Morroa (Sucre), como muchos creen, sino en Ocaña (Norte de Santander), donde su madre, Juana Ruiz, llegó para ayudar a una hermana, Enriqueta, a punto de morirse. Pero a los 2 meses estaba en Sincelejo, recibiendo el nombre de Rubén Darío, a pedido de su padre, como homenaje a su poeta preferido.

Era un hogar de escasos recursos. La madre era ama de casa y artesana de hamacas. Esteban las vendía, junto con sombreros vueltiaos, en el mercado de Sincelejo. Ahí, para atraer la atención de los potenciales compradores, el niño, octavo entre 10 hermanos, tocaba la violina (dulzaina) y conversaba con un visitante frecuente e influyente: Cresencio Salcedo, primo hermano de su padre y célebre autor de pegajosas melodías como Año viejo y La múcura.

El padre le compró una bicicleta cuando cumplió los 9 años, porque la madre quería para él una diversión que no fuera la música. Juana repetía a cada rato: «Este pelao va aprender a tomar ron».  A Rubén Darío Salcedo le había llegado entonces a sus manos una violina que tocaba como un encantador de serpientes y lo hacía con tanta perfección que un turco del mercado se enamoró del instrumento. El turco aspiraba a ser ciclista y olfateó el negocio. Salcedo tenía una bicicleta Rally, hermosa, y el turco tenía una acordeón Honner, negra, cuadrada, de dos teclados, que sólo le servía de estorbo. Pensó en que Salcedo no necesitaba una violina, sino un acordeón. Allí estaba el negocio. El cambio se concretó.

Con ese acordioncito cuadrada de dos teclados Rubén Darío, de ocho años, se embarcaba en uno de los dos buses que tenía Sincelejo, los cuales salían del mercado viejo, hacían su recorrido por toda la ciudad en ciernes, llevando pasajeros, bultos, razones de boca y todo lo que conllevaba ser la chiva de los pobres. La manejaba Gilberto Copete, amigo de la familia, quien le permitía al muchacho ocupar la última banca, la de los músicos, donde el acordeonero improvisaba algunas canciones. Los pasajeros, más por piedad que por diversión, cuando abandonaban el bus por la puerta de atrás, le dejaban caer un centavo.

Era la labor de todo el día, desde las ocho de la mañana y aquel acordeón precoz daba vueltas y vueltas por la ciudad. El bus tenía su estación en el corregimiento de La Gallera, donde era el almuerzo, que compartía con el ayudante. Por la tarde, unos 40 centavos iban a la casa del padre. Con ello su madre lo abastecía de ropas.

, Rubén Darío Salcedo, a los 9, tenía que sacar el acordeón a escondidas de su casa, metida en un costal rústico, para irse de giras con Juan Cachete, un fornido nativo de San Onofre, a quien le decían el azote de los cajeros. Con este personaje, primer cajero que manda en un conjunto de acordeón, formó su primer grupo oficialmente. El conjunto lo completaban Nando Pérez, en la guacharaca y Marciano Torres, quien era famoso con la canción de la Piscinga (manuela tiene una Piscinga ),que tocaba la timba, recuerda.

Juan Cachete contrataba los toques, que se hacían en las corralejas, cobraba y distribuía las entradas.
Juana Ruiz odiaba, y con razón, a Juan Chachete, porque se llevaba a Rubén sin consentimiento familiar, entonces lo sonsacaba de la casa, casi lo raptaba. Las giras a veces se extendían hasta por 20 días.

En cierta ocasión, la madre, después de buscarlo por varios pueblos, los encontró tocando una parranda en San Onofre, donde, luego de arrebatarle el acordeón, le pegó una zunga y se vino para Sincelejo a pata limpia, atravesando de paja en paja, porque no existía carretera formal.

En una de esas giras, que los llevó a las corralejas de Marialabaja, Rubén Darío, hizo la que sería su primera canción, que como la primera novia en olvidos, jamás fue grabada. Se la hizo a la hija de un ganadero que los había contratado para una parranda. Era una morenita muy bonita que se sonreía mucho con el novel acordeonero. Se llamaba Rina Berrío

Rina Berrío/de mi corazón/Con mucho gusto te cantaré/Esta canción de mi inspiración/Que ha nacido dentro de mí/Y te la dedica Rubén Darío.

Así, más o menos decían aquellos versos, hoy un poco borrosos en la memoria. Después, a los 18 años, ya crecididito, volvió a Marialabaja. Rina ya era una mujer comprometida y con hijos. Sólo fue una ilusión plasmada en una canción.

Componía y cantaba, aunque era joven, pero nadie le grababa. Hasta que le entregó un paseo sabanero a su compadre acordeonero Julio de la Ossa, a mediados de los 60, y a este le gustó tanto que lo interpretó y grabó.

La Colegiala fue real. Ocurrió hacia el año 1.964. Inspirado en el amor de una vecina, Aydé Núñez.Ella estudiaba en La Normal de Señoritas y estaba tan enamorado que se hurtaba las llaves de un carro de su hermano, para llevarla y recogerla en el colegio. Estaba dispuesto a casarse con ella, porque aparte de hermosa, era distinguida y de buena familia. Sin embargo, cuando él le propuso que la visitaría oficialmente, ella le dio la clave de su canción. “No quiero que vayas a mi casa y te vean mis padres porque se ofenden”. El lo único que tenía era su corazón amoroso, honrado. “Será porque soy pobre y que solo vivo es de mi trabajo”, pensó.

Ella se casó con un joven de su clase y él se acongojó tanto que nisiquiera indagó quien había sido el que libara en su fiesta el vino. Le quedó la canción, una de las más celebradas de su repertorio, grabada inicialmente por él mismo con Alfredo Gutiérrez, pero sin que llamara la atención. La Colegiala tomó su dimensión cuando su compadre Julio de La Ossa, rey vallenato y sabanero se la grabó, convirtiéndose en todo un exitazo. Habían pasado tres años de la primera versión.

Salcedo tenía muy pocas posibilidades de casarse con la colegiala, en esas todavía andaba con las abarcas rotas y el acordeonero de entonces era considerado un personaje de bajo perfil social.

La noticia se regó. Una mañana de 1966 caminaba por la calle cuando alguien le tocó la espalda y le dijo que Alfredo Gutiérrez lo esperaba en su casa del barrio Cruz de Mayo para que le entregara una canción.

Llegó a las dos de la tarde y al ver que había muchos compositores decidió marcharse.

-¿Tienes miedo? -le preguntaron Carmelo Barraza y David Montes, dos amigos suyos y músicos de Alfredo, que lo agarraron por los brazos.

-Sí -respondió Salcedo.

A los empujones lo metieron a la casa, pero en vez de llevarlo a donde Alfredo Gutiérrez y Álvaro Jaramillo, de Sonolux, atendían a los aspirantes, lo metieron a la cocina. Ahí expuso su música.

En el segundo tema, le dijeron que era suficiente. A los dos días, Gutiérrez se lo llevó a Medellín, le firmó un contrato y lo puso a cantar boleros con el grupo Alfredo Gutiérrez y sus Estrellas. «Alfredo Gutiérrez marcó mi carrera. No solo porque interpretó cerca de un centenar de temas míos, en pasebol, rancheras, porros, merengues y paseíto, sino que me abrió las puertas para que intérpretes como Lucho Pérez (Argaín), Lisandro Mesa, Los Betos, El Binomio de Oro y Carlos Vives se interesaran en mi música. Él es el mejor acordeonero del mundo», manifiesta Salcedo.

A lo que Gutiérrez responde: «Rubén Darío es un gran compositor, que se alimenta leyendo los clásicos griegos y la Biblia. Grabé de él, entre 1966 y 1967, inicialmente, Amor de adolescente y después jamás paramos. Es el mejor compositor de mi carrera».

El rey del pasebol

En el barrio La Caraúta, donde residía la famosa, Juana Montes, tía de Danuil y protagonista estelar o amuletaje de los saludos de Alfredo Gutiérrez, se reunían las figuras del momento. La llegada de Alvaro Arango, gerente de Codiscos a Sincelejo, era todo un acontecimiento. El promotor venía a unos rituales musicales enormes, una especie de simposio de la composición. La casa de Juana Montes se llenaba de compositores, que se habían preparado mese antes para mostrar su repertorio. Alfredo Gutiérrez, que ya estaba pegando, era el jurado al lado del doctor Arango. Los compositores aglomerados, como quien busca empleo, iban pasando a una sala, cantaban a capela sus temas y salían. La competencia era durísima, por la calidad existente en la región, que era epicentro de un gran emporio musical. Afuera, a la sombra de los almendros, esperaban con expectativa la decisión.

Tímido para entrar a las situaciones de primera, Rubén Darío fue uno de los últimos en asomarse a aquel especie de simposio de compositores y cuando vio el grupo se asustó y dio vuelta en su bicicleta para regresarse, pero su amigo Danuil Montes, que era una especie de anfitrión, lo detuvo. Salcedo pensaba que sus canciones tristes, especie de poemas, sería risible para el doctor. Además, había en el lugar, buenos compositores cantando cosas bonitas, pensaba.

Invitado a la sala, Salcedo cantó Fiesta en Corralejas y después Amor de Adolescente, para combinar las cosas y se dispuso a esperar el golpe, la descalificación, por lo menos. El susto fue más grande cuando el Doctor Arango llamó a Alfredo Gutiérrez al patio para conversar aparte. Salcedo preparó mentalmente la excusa. “Usted perdone, doctor, por estas canciones tan tristes”.

Arango ordenó a Salcedo que le repitiera Amor de Adolescente. Algo le había llamado la atención. No era paseo, no era bolero. ¿Qué era? Salcedo se aprestó a explicarle antes de que se lo solicitaran. “ Mire, doctor, me perdona. Esta es una mezcla que yo inventé, pero el ritmo se le da es con las palmas, así…”
Rubén Darío le explicó que era como un danzón, especie de clave cubana. No en vano era amante de la música de la Sonora Matancera. Esa tarde se le echó el agua bautismal a uno de los ritmos que más identifica a las sabanas: El pasebol.Un maridaje del paseo con el bolero.

Alfredo Gutiérrez, viendo la pena de Salcedo, le aconsejó que lo cantara con la boca, tarareándole los versos y los arreglos a la vez y así lo hizo. Esa misma tarde firmaron un contrato de exclusividad.

Salcedo considera el pasebol como un danzón, híbrido entre el paseo vallenato y el bolero. Aunque se dice que lo creó José Velásquez, hermano de Aníbal Velásquez, ‘El mago del acordeón’, él sostiene que es de su autoría y que no lo patentó porque los ritmos no se registran. Lo cierto es que el pasebol lo popularizó él con Alfredo Gutiérrez. Tanto que se le conoce como ‘El rey de pasebol’.

Pero su repertorio es variado, como queda evidenciado con temas como Ojos verdes, Manizaleña, Ojos indios, Cabellos largos, Apartamento tres y Cabaretera, este último un bolero de gran acogida en México, donde fue premiado con el Trébol de Oro.

Pero la letra que más le impacta a Rubén Darío, a sus 66 años, es el pasebol Corazón de acero, dedicado al amor de su vida, una evangélica que nada quería saber de él por parrandero: Eliasib Mendoza, convertida a la presente en madre de seis de sus diez hijos (tiene otros cuatro por fuera de su matrimonio).

«Corazón de acero, por qué eres así/ tienes sangre de indio guerrero/ pero te quiero a ti».

Hoy, ella afirma que está loco y que algún día lo va a matar la música, porque van caminando por cualquier lugar cuando, de repente, la deja porque le llega la letra de una canción nueva y busca la grabadora en casa para que no se le vaya la inspiración.

Fue en esa casa donde vivió por casi cuatro años un niño cartagenero que su madre le había llevado a Salcedo para que le enseñara a cantar en su conjunto, el Supercombo Los Diamantes. La condición fue que lo hiciera asistir al colegio. «Hacía los mandados del hogar y cantaba. Era un espectáculo en tarima», dice Rubén Darío, que lo apodó ‘Joe’. Era el Joe Arroyo.

Hoy la herencia musical de Rubén Darío Salcedo, autor de más de 400 canciones, la han seguido dos hijos (Giovanni y William) y una nieta (Jenys Borja).

Para nutrirse, lee a los grandes poetas, como Neruda y García Lorca, y escuchan música culta, en especial en la voz de Pavarotti. Vive sin lujos y toca los fines de semana, porque las regalías de Sayco, según dice, son entre 200.000 y 300.000 pesos mensuales.

Las Corralejas siguen suspendidas en Sincelejo

El ex alcalde Jairo Fernández de un plumazo canceló las corralejas, en respuesta a una pelea personal con el congresista Yahir Acuña Cardales por no respaldar a su sobrino que aspira al senado, y de paso le quitó al pueblo entero la razón de sus festejos de principio de año.

Rubén Darío tiene una lectura clara sobre el hecho de la suspensión de las corralejas en Sincelejo: “a mí personalmente no me da ni frío ni calor, por cuanto jamás ningún alcalde, ni mucho menos la junta organizadora me ha llamado a trabajar en estas festividades, es decir que no me he ganado un peso. Yo tengo mi conjunto musical que se llama ‘Rubén Darío Salcedo y su grupo corralero’, y a nosotros no nos contratan para amenizar ningún evento institucional. De nada ha valido que yo he sido el compositor que más le he compuesto a estas festividades”.

Nunca ha visto corralejas

Como Rubén Darío Salcedo tampoco ha visto nunca un día de toros, ¿cómo se las ingenió para componer el tema ‘fiesta en corraleja’?  Rubén Darío Salcedo se imaginó en aquel entonces los palcos llenos de gente que año tras año participaban de las tradicionales festividades, y se marchó a casa a buscar la guitarra para darle vida a ‘Fiesta en corraleja’. “Me dio duro porque yo no sabia de gramática musical, pero en forma empírica, logré sacarla adelante”.

La ‘payola’

La más reciente historia que le ocurrió a Rubén Darío Salcedo fue relacionada con la costumbre conocida en la industria musical como la ‘payola’.

“Hace un par de meses cuando grabé el más reciente trabajo discográfico, un amigo me dijo: ‘compadre yo tengo la clave para que su disco suene en Olímpica. Vaya a Morroa y mande a fabricar la hamaca más bonita y que se marquen con Emilio Nuñez, además se compra dos botellas Buchannans y esa es fórmula efectiva. Así lo hice. Emilio Nuñez en Radio Olímpica me atendió lo más de cariñoso…. Regresé contento a mi casa y le dije a mi mujer que colocara Radio Olímpica, que de un momento a  otros sonaría mi cd”…

Pasó una semana, el mes y nada. A los dos meses Rubén Darío Salcedo fue donde Emilio Núñez, quien según el maestro le respondió que le tenía que conseguir  “5 millones de pesos para programarle el cd”. Entonces Salcedo le dijo que con esa plata montaba un negocio. “No comparto tener que pagarle a nadie por poner a que la gente escuche el arte musical. Por eso estoy haciendo la denuncia”, señaló Rubén Darío Salcedo de aquella historia.

La modalidad de la ‘payola’ ha sido muy recurrente en todas las latitudes donde el arte quiere ser difundido. Bajo el lema “el que no paga, no suena”, muchas emisoras hicieron millones de pesos a costa de los artistas, quienes siempre han estado en el lado más corto de esa cadena.

Rubén Darío Salcedo no es el primero ni será el último artista en denunciar este atropello. Ya varios han manifestado que las emisoras cumplen este lema en todos los rincones de Colombia.

Si no hay respeto por una una leyenda viva, de nuestro folclor, como es el caso de Rubén Darío Salcedo, qué se queda para la gente que apenas comienza. Parodiando a Diomedes Díaz: “¡se las dejó ahí!”

Fuente: Estewil Quesada – Francisco Figueroa – Jesús Paternina

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