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«Él era malo. Era ponche fijo. Pensé que no serviría para el béisbol pero siempre lo apoyé», padre de Jorge Alfaro


 

Jorge Luis Alfaro Madrid  recuerda que su hijo Jorge Mario se inclinó primero por la práctica del fútbol. Era defensa central, la misma posición que él jugó, pero a los 8 años decidió practicar el béisbol. Al comienzo era muy malo.

“Cuando comenzó la practica del béisbol, duró más de un año sin conectar la pelota de hit, era ponche fijo. Al verlo jugar consideraba que no serviría para este deporte, pero siempre lo apoyé. Lo apoyé para que no le ocurriera lo que me pasó a mí que no tuve el respaldo de mis padres que se oponían a que practicara fútbol y me castigaban por jugar. Dos días antes de ir al festival de béisbol  de la Candelaria en Cartagena, representando a la novena Los Traviesos, mi hijo me dijo: ‘papá cuando venga  del torneo Cartagena me retiro del béisbol, definitivamente yo no sirvo para jugar béisbol’”, recuerda Jorge Luis Alfaro

Como por arte de magia, Jorge Mario Alfaro Buelvas se constituyó en la figura del festival de la Candelaria. Ganó los trofeos de mejor bateador, mejor catcher y de pelotero más valioso.

A partir de allí comenzó la carrera exitosa de este joven pelotero sincelejano quien nació el 11 de junio de 1993.  En Sincelejo, hasta ese momento, todos conocían a los Alfaro por el fútbol. Por eso, cuando los hermanos Jorge y Jhoandro comenzaron a practicar béisbol, lo vieron extraño.

Rápidamente ambos comenzaron a destacarse, el mayor sobre todo. Arrancó jugando en el campocorto y en los jardines. Lo ayudó mucho la potencia que tenía en el brazo. Cada vez que soltaba una pelota parecía disparando un cañón, y no precisamente por el movimiento, sino por la velocidad con la que viajaba. Esta habilidad empezó a abrir ojos. “Le vimos un gran potencial, sobre todo por el poder que tenía en ese brazo derecho. Era impresionante”, recuerda Tito Quintero, quien en esa época era cazatalentos de los Indios de Cleveland; y Orlando Cobos, de los Piratas de Pittsburgh, fueron los primeros en admirarse con las destrezas que mostraba día a día este jugador.

Tanta era la admiración por este pelotero, que Cleveland mandó al director internacional de cazatalentos, Nino Díaz, a verlo personalmente. La admiración pasó a ser más que eso y se convirtió en realidad. En mayo de 2009 lo invitaron a República Dominicana con todo pago. “Hicimos una oferta y lo llevamos a Santo Domingo para que se desarrollara como pelotero”, señala Quintero. ¿Y cómo no llevarlo? Si en un juego de talentos en el que lo probaron en Cartagena jugó como receptor y lanzó una bola a 174 kilómetros por hora de home a segunda. Una locura completa.

El joven deportista empezó su carrera  jugando para el equipo Los Traviesos de Sincelejo, donde estuvo en todas las categorías. “Su preparación se la debo a Dairo ‘el Balín’ Salcedo, quien lo llevó en un proceso de 9 años para trasladarlo a las categorías profesionales, representando a Sucre en varios torneos”. A sus 16 años ya está en República Dominicana y mi felicidad no podría ser mayor”, indicó Jorge Luis Alfaro, mientras surtía de botellones de agua la tienda del Estadio 20 de Enero de Sincelejo, oficio al que se dedicaba  para el sustento diario de su familia.
Su madre, Consuelo Buelvas, ayudaba a su esposo en la administración de otras tiendas como la de la Institución Educativa San Vicente Paúl de Sincelejo.

Pero su estadía con los Indios no duró más de seis meses. Enrique Soto, acompañante de una tía del jugador que vivía en Santo Domingo, decidió sacarlo de la academia para escuchar ofertas por el jugador. Se convirtió en su representante. Su paso por Dominicana fue clave en sus aspiraciones para convertirse en profesional. En poco más de 120 días tuvo una transformación notable: dejó de ser el niño de piernas frágiles y gran torso para convertirse en un gran atleta. Aumentó de masa muscular. Fortaleció brazos, pecho y piernas. Subió 13,6 kilos, lo que le ayudó a mejorar dentro del terreno de juego. Todo ese potencial que tenía lo demostró en un partido de exhibición entre jugadores jóvenes para los cazatalentos en enero de 2010.

En su primer turno al bate recibió un pelotazo en una rodilla. Las costuras de la bola quedaron marcadas en su piel. Pero a pesar del dolor, Alfaro no se amilanó. En el segundo turno, con una molestia notoria para caminar, se paró en el plato, leyó la recta del lanzador y conectó un batazo entre el jardín central y el izquierdo. El choque de la pelota con el bate sonó agudo, desde que salió se sabía que nadie iba a coger esa bola. Un sonido exquisito para los cazatalentos y aficionados que se aglomeraron para ver el juego. Pero su producción no paró ahí, en un nuevo turno al bate pegó un triple inmenso. Mientras corría se despojaba del dolor, de las angustias, era una carrera por las bases para demostrar de lo que estaba hecho. Se deslizó en tercera y llegó quieto. Fue una exhibición ofensiva notable.

De inmediato los teléfonos comenzaron a sonar. Organizaciones como los Indios de Cleveland, los Cardenales de San Luis y los Rangers de Texas mostraron mucho interés en el jugador. Fue una batalla de propuestas, que ganó Texas. Jorge Alfaro firmó el 19 de enero de 2010. Junto con él se encontraban su papá, Jorge, Enrique Soto y Hamilton Sarabia, cazatalentos de la franquicia de los Rangers en Colombia. Este último acompañó al pelotero en todo el proceso. “Fue un trabajo bastante duro y largo. Todo el grupo de los Rangers tenía claro que el jugador se podía convertir en un gran prospecto, así que acordamos que ese era el hombre perfecto para la organización”, apunta Sarabia.

Su recorrido con Texas empezó en Santo Domingo en 2010. Allí jugó 48 partidos en un año. No fue mucho, pero demostró lo suficiente para viajar a Arizona en 2011. No fue una etapa fácil para Alfaro: el cambio cultural y de idioma fue duro, además de tener todos los ojos encima por el potencial que había demostrado. Apenas contaba con 17 años y tenía que afrontar muchas cosas para un joven de su edad. “Fue un choque notable para él”, explica Sarabia, quien estuvo cerca del jugador en esos primeros años en los Estados Unidos. No obstante, sus problemas personales nunca se vieron reflejados dentro del terreno de juego. Brilló con los Spokane Indians en 2011 y con Hickory Crawdads en 2012; su ascenso dentro de la organización era rápido. A finales de 2013 ya había conectado 32 cuadrangulares en Ligas Menores y su producción estaba en ascenso.

En 2014 jugó sus primeros partidos en doble A –penúltimo nivel en Ligas Menores antes de llegar a Grandes Ligas–, vivió una temporada notable, conectó 17 cuadrangulares e impulsó 87 carreras. Se estaba convirtiendo en una máquina ofensiva. Se esperaba lo mismo para la campaña de 2015, pero en junio, dos meses después de haber iniciado temporada, sufrió un desgarro en un tendón del tobillo izquierdo. La recomendación fue pasar por el quirófano. Se perdió el resto de la temporada. A lo anterior se le unió que ese año la organización decidió utilizarlo como ficha de cambio en el trato que llevó de los Phillies a los Rangers a Cole Hamels, uno de los mejores cuatro lanzadores zurdos que tienen las Grandes Ligas.

Fue un momento de sentimientos encontrados. El sueño de debutar con la organización que lo firmó ya no se iba a hacer realidad, pero Alfaro nunca miró hacia atrás. Entendió el traspaso, lo asimiló y como esa carrera hacia tercera en el juego de prospectos, fue soltando todo. Se trazó nuevos objetivos y demostró las mismas ganas que siempre tuvo. “Más allá de las cualidades que tiene dentro del terreno de juego, hay que destacar de Jorge Alfaro su fortaleza mental”, declara Hamilton Sarabia. “Sin importar la adversidad, el hambre que tiene de triunfar, de demostrar que es el mejor, lo ha llevado lejos. Por eso trabaja, trabaja y trabaja”.

Después de dejar atrás la lesión, se propuso a ser el número uno de la organización de los Phillies de Filadelfia y de a poco lo va logrando. Es catalogado por la MLB como el tercer mejor receptor joven y de a poco va enfilando su carrera a Grandes Ligas, donde ya debutó (septiembre 12 de 2016). Ahora su mentalidad está puesta en establecerse. Está en ese proceso. Iniciará la temporada 2017 con el equipo clase Triple A (último nivel antes de llegar a las mayores) de los Phillies, Lehigh Valley IronPigs.

Jorge Mario Alfaro Buelvas, el 9 de diciembre de 2009 se convirtió en el pelotero colombiano de liga menor firmado, hasta ahora, con el mayor bono por una organización de las Grandes Ligas: 1,3 millones de dólares. Debutó en las Grandes Ligas el 12 de septiembre 2016 con los Filis de Filadelfia en el partido contra  los Piratas de Pittsburgh, constituyéndose así en el primer pelotero sucreño en llegar a la gran carpa. Por su parte Jhoandro fue firmado el  2 de julio 2013 por los Medias Blancas de Chicago por la cifra de 750 mil dólares.

El nacido en Sincelejo se estableció como cuarto bate del combinado nacional. En el reciente Clásico Mundial de Béisbol, Alfaro se anotó en la historia de dicho evento al conectar el único cuadrangular para Colombia. Es una figura indiscutible y el poder de un seleccionado que de a poco le va abriendo los ojos al mundo y demuestra que el béisbol colombiano se va llenando de figuras.

 

UN GRANDES LIGAS HIJO DE FUTBOLISTA

Jorge Luis Alfaro Madrid, padre de Jorge Mario, fue el primer futbolista sucreño en integrar una selección Colombia. Nada menos que en la Selección juvenil que dirigió Luis Alfonso Marroquín. Esta selección en el  1985 marcó un hito en la historia del balompé colombiano.

Jorge Luis guardaba la ilusión que uno de sus dos hijos (Jorge Mario y Jhoandro) le continuaran su legado en el fútbol: selección Sucre, Selección Colombia y Sporting. “Siempre que yo iba a jugar fútbol me llevaba a mis dos hijos para incentivarles la práctica de este deporte. Yo llevo el fútbol en la sangre por lo que desde que nacieron me propuse la meta que fueran futbolistas”, reconoce Jorge Luis.

Cuando Jorge Luis Alfaro terminó su ciclo como futbolista, le sucedió el fenómeno de muchos deportistas que no estaban preparados para afrontar la vida. Él reconoce que le tocó luchar duro  para sobrevivir.

“Yo fui mototaxista. Luego me dediqué a distribuir agua a las tiendas. La moto que yo tenía estaba muy vieja, por lo que me tocó alquilar una para poder trabajar. Mis dos hijos también trabajaban de sol a sol conmigo, obviamente sin descuidar la practica del béisbol. Cuando el negocio de la venta de agua se puso malo, me tocó administrar una taberna. Fueron tiempos difíciles, pero siempre la fuerza de la familia estuvo presente. Mi esposa Consuelo fue un gran pilar para esta gran cruzada. Hoy  doy gracias a Dios por la bendición de tener dos hijos beisbolistas que gracias a su talento nos cambiaron la vida “, reseña Jorge Luis Alfaro.

Lo que jamás pasó por su mente es que sus dos hijos fueran beisbolistas. “Mis hijos llevaban la camiseta del béisbol debajo de la de fútbol.  Aún no tengo una explicación al fenómeno que mis dos hijos tuvieran la pasión por el béisbol, cuando siempre estuvieron bajo la influencia del fútbol”, confiesa Jorge Luis Alfaro.

Por: Francisco Figueroa  La Chachara – Jesús de La Hoz  El Espectador

 

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